El quiteño, de raíces cholas, indias, mestizas, tiene en la sangre las memorias de las calles de los barrios de su ciudad, el alma de próceres que con ideas de progreso comunitario o privado enriquecieron en la colonia el sudor rojo que marca el camino del rechazo o el respaldo. El pueblo nace como fuerza de rebeldía desde la ignorancia, seres sin privilegios marginados por raza o por estatus, pero con la consigna de ya no ser maltratados, mal organizados, utilizados por las elites quiteñas para provocar miedo o caos, es un nacimiento real y triste para la mayor fuerza de poder que tenemos en nuestro país; desde San Roque, San Blas y San Sebastián: zapateros, carniceros, sastres, trabajadores humildes inconformes con reformas españolas, uno no hace nada, pero cientos volvían nada lo que este a su paso.
Pasan los años y esta herencia rebelde crece con la república, con matices políticos se toman de nuevo las calles, los gritos desde la universidad y varios sindicatos, se mezclan con propósitos ocultos de elites que pretenden llegar al poder. La más oscura manifestación de elites nace en el apogeo del liberalismo, desde la iglesia se sostiene la consigna para matar a Alfaro. Una página negra en la todavía cegada fuerza rebelde de Quito. Entre sablazos y piedras el pueblo de Quito recibe a Velasco Ibarra tantas veces como los militares y los votos lo dejaban, nace una nueva democracia palabra que todavía no encaja.
La fuerza rebelde quiteña se fusiona con la ira de todo el país, siendo testigos de la manipulación política, los indígenas, como fuerza aun mayor, quitan la venda al poder quiteño que después de derrocar a Abdala Bucaram no se dieron cuenta que en la camioneta estaba la elite que se oculta para poder gobernar. Mahuad descubrió esta fuerza naciente de los olvidados hacedores del campo que unidos con los quiteños liberaron al país de ese paracito incompetente, Lucio Gutiérrez apaciguo a los indígenas con promesas vanas pero la venda de la fuerza quítela ya se había caído, ahora no había camioneta, ahora había inconformismo y el llamado de una radio que pedía un cambio, el pueblo dejó las fuerzas políticas, convocaciones de elites, ahora el pueblo se reúne por que el pueblo lo necesita, es un llamado tácito que se respira cuando algo va a pasar, es la sangre que tenemos de aquellas memorias, entre balas y piedras, motos y caballos, gas y tabacos se divisa siempre el valor de estar hartos, de haber perdido tanto, que no tenemos nada que perder, nos queda solo una esperanza, la de saber que en nuestra manos siempre va estar el cambio. La sangre de los quiteños bombea un corazón dormido de la bestia eterna que no tiene miedo a morir por defender a su país.